En los confines del mundo, el estrecho de Magallanes fue durante varios siglos la única conexión marítima entre los océanos Atlántico y Pacífico. Ubicado en el extremo sureño del continente americano, siempre ha sido un lugar inhóspito. Por lo tanto, en los siglos XVI y XVII, aquella zona austral estaba a la vez codiciada y temida. En adelante, vamos a analizar el interés geoestratégico de aquel archipiélago meridional, siguiendo la cronología de los acontecimientos.

El control de las especias como origen
Ya a finales de la Edad Media, los portugueses bordearon las costas africanas para encontrar un paso hacia las Molucas. En efecto, en ese archipiélago de la actual Indonesia se producen clavos de olor. En aquel entonces, las especias, y particularmente estas, eran más caras que el oro. Tenían mucho valor a nivel culinario y también se les atribuían virtudes medicinales. Desde la toma de Constantinopla por los turcos, la Cristiandad ya no tenía acceso a esos valiosos condimentos de las Indias Orientales. Así que los reinos ibéricos rivalizaron para encontrar rutas marítimas que les permitiesen conseguir aquellos preciosísimos productos. En 1488, Bartolomeu Dias de Novaes alcanzó el Cabo de Buena Esperanza, pero no pudo ir más allá, por violentas tormentas y porque la tripulación se amotinó.
Por su parte, las Coronas de Castilla y Aragón quisieron alcanzar las Molucas por otro rumbo. Por lo tanto, financiaron la expedición de Cristóbal Colón para que llegase a las Indias cruzando el océano Atlántico. El 12 de octubre de 1492, el marinero genovés llegó a lo que hoy se conoce como América. Los Reyes Católicos, que tenían una cierta idea de las culturas asiáticas, le pidieron al almirante que les trajese objetos que evidenciaran que había llegado a Asia. Él nunca pudo hacerlo.
Justo después, los lusos consiguieron ir más allá del Cabo de Buena Esperanza, con la expedición de Vasco de Gama. Esta pudo alcanzar el océano Índico el 22 de noviembre de 1497. Así que fueron los primeros en abrirse paso a las Molucas, bordeando la costa oriental de África.
En 1502, durante su cuarto viaje, Cristóbal Colón bordeó la costa caribeña. Se dio cuenta de que las masas continentales de América del Norte y del Sur se comunicaban de forma continua, pero no sabía que eso era lo que pronto iban a llamar el “Nuevo Mundo”. En el mismo periodo, Américo Vespucci bajó a lo largo de la costa brasileña hasta lo que hoy es Rio de Janeiro (y tal vez más allá). Después de pensar durante algún tiempo que estaba en una península asiática, estuvo convencido de que había encontrado tierras hasta entonces desconocidas. Por eso, en 1507, el geógrafo alemán Martín Waldseemüller propuso que se nombrara “América” al continente recién descubierto. En 1513, durante una expedición por el istmo de Panamá liderada por el conquistador Vasco Núñez de Balboa, el escudero Andrés Contero fue aparentemente el primer europeo en divisar el océano Pacífico. Los españoles lo llamaron “el mar del Sur”.
Por lo tanto, Carlos V quiso abrir un paso hacia ese mar para alcanzar las Molucas y poder rivalizar con los portugueses. Fernando de Magallanes era un marinero luso que ya conocía el estrecho de Malaca. Quería encontrar una forma de alcanzar aquella zona del sudeste de Asia saliendo de Europa por el oeste. Firmado en 1494, el Tratado de Tordesillas había trazado una línea vertical en el océano Atlántico. Al este de esta, las tierras descubiertas y por descubrir iban a pertenecerle a Portugal; al oeste del límite, todo iba a ser propiedad de las Coronas de Castilla y Aragón. Entonces, si se llegaba a las Molucas por el oeste de la línea trazada, la zona de producción de las especias iba a pertenecerle legítimamente a España.
Por consiguiente, Carlos V armó una nueva flota, de cinco buques. La tripulación era muy variada. Había españoles, portugueses, italianos, alemanes, ingleses, griegos, indios de la India, entre otras personas. El hemisferio sur era totalmente desconocido, así como las dimensiones del continente americano y las del océano Pacífico. Después de cruzar el ecuador, los marineros notaron que el cielo había cambiado y tuvieron que apoyarse en constelaciones desconocidas para orientarse. Además, carecían de instrumentos para medir la longitud.
Los cinco buques de la expedición salieron de Sevilla el 10 de agosto de 1519. Después de cruzar el océano Atlántico, bajaron hacia el mediodía a lo largo de la costa oriental de Sudamérica. Cuando llegaron al Río de la Plata (el estuario que se ubica en la actualidad entre Argentina y Uruguay), pensaron haber encontrado el paso hacia el mar del Sur, pero se percataron de que era agua dulce. Pararon durante los meses de invierno en la actual Patagonia, luego prosiguieron su viaje y encontraron lo que hoy se conoce como el estrecho de Magallanes. Allí la travesía fue complicada. Un barco naufragó y otro decidió regresar a España. Cuando salieron de aquella zona y alcanzaron el llamado “mar del Sur”, sus aguas estuvieron tan tranquilas que lo nombraron el “océano Pacífico”. Este era mucho más ancho de lo que había previsto Magallanes. Entonces la travesía se complicó, por el hambre y el escorbuto. Finalmente, llegaron a Filipinas. Allí, el jefe de la expedición quiso apoderarse de unas islas ricas en oro, pero los indígenas no aceptaron su autoridad y lo mataron. Al final, solo una nave de las cinco que habían salido de España, la nao Victoria, regresó a Sevilla, al mando de Juan Sebastián Elcano. Llegó al puerto andaluz el 8 de septiembre de 1522. El buque estaba cargado de clavos de olor, lo que permitió reembolsar los gastos de todo el viaje. Entre los tripulantes estaba el italiano Antonio Pigafetta, cronista de la expedición que duró tres años y resultó ser la primera circunnavegación de la historia. Esto confirmó que la Tierra es redonda y que todos los mares están comunicados, lo que iba a ser muy importante en adelante para el comercio internacional.
Para conocer esa expedición con más detalles, puedes ver este vídeo:
Al cabo de unas décadas de rivalidad entre España y Portugal por el control de las especias, ambas potencias ibéricas llegaron a un acuerdo. Como explica Rafael Baldás en este artículo:
El asunto se zanjó en el Tratado de Zaragoza de 1529. A cambio de 350.000 ducados de oro, Carlos V renunció a sus supuestos derechos sobre la Especiería, pero no sobre las Filipinas. En 1533 la noticia ya había llegado a aquellas latitudes si bien aún quedaban diecisiete españoles vestidos con harapos y armados con armas melladas al mando de Hernardo de la Torre. Entre ellos se encontraba un aún desconocido Andrés de Urdaneta.

Una región a la vez codiciada y temida
Durante las décadas siguientes, los españoles no se interesaron mucho por el estrecho de Magallanes. La zona era hostil y difícil de navegar. En cambio, exploraron el océano Pacífico, sus archipiélagos y sus costas asiáticas y oceánicas mediante expediciones que salieron de los actuales Perú y México. Entre otras cosas, descubrieron una isla a la cual llamaron “Nueva Guinea” por la piel oscura de sus habitantes.
En 1579, el corsario inglés Francis Drake consiguió atravesar el estrecho y atacó al puerto español de Valparaíso (en el actual Chile). Por lo tanto, en 1581, la Corona encomendó a Pedro Sarmiento de Gamboa que se fuera al estrecho de Magallanes y a la Tierra del Fuego para reconocer aquella zona. También tenía la misión de fundar allí establecimientos fortificados para controlar el paso. Cabe recalcar que se trataba de la única vía navegable entre los océanos Atlántico y Pacífico en aquella época. Todo cambiaría varios siglos después con la construcción del canal de Panamá.
Durante su misión de reconocimiento, Sarmiento de Gamboa encontró varios grupos de indígenas y, después de engañarlos, capturó a cuatro autóctonos de dos etnias enemigas, aparentemente tres hombres de origen kawésqar y un tehuelche. Cosas parecidas habían ocurrido durante la expedición de Magallanes y las poblaciones locales empezaron a hacerse desconfiadas hacia los europeos. Estos querían raptar amerindios para que luego les sirvieran como intérpretes y para enterarse de las costumbres de las poblaciones que querían someter gracias a tales conocimientos.
En 1584, trescientos españoles al mando de Pedro Sarmiento de Gamboa fundaron la población de Rey don Felipe, tristemente conocida como el “puerto del hambre”. Estuvo ubicada a unos 60 kilómetros de la actual ciudad chilena de Punta Arenas. Abandonados a su suerte y enfrentados a una naturaleza hostil que no conocían, los habitantes murieron de hambre, frío, enfermedades y luchas internas. Las poblaciones locales tenían la capacidad de ayudarlos a adaptarse, como lo que cuenta la versión estadounidense del origen de Thanksgiving. Sin embargo, no lo hicieron porque las varias expediciones previas había dejado malos recuerdos. Entre esos pueblos originarios de tradición oral, se iba relatando lo acontecido. Durante los encuentros y desencuentros que se consignaron en las crónicas europeas, los navegantes (particularmente Drake y Sarmiento de Gamboa) notaron que los indígenas ya conocían unas palabras españolas o portuguesas, como « Jesús », « María », « capitán » y « paz ». Los investigadores Soledad González Díaz y Simón Urbina señalan que, en cada paso de buques europeos, unos hombres desaparecían. Es probable que unos hubieran terminado su vida entre los primeros habitantes de la zona y les hubieran enseñado algunas palabras muy útiles para la diplomacia que las generaciones siguientes iban a tener que implementar con las olas de invasores posteriores.
En 1618 y 1619, la expedición de los hermanos Nodal circundó la Tierra del Fuego. En 1633, Diego Ramírez de Arellano dibujó un mapa muy preciso de esa isla y de todo el estrecho. Los que descubrieron esas zonas peligrosas eran españoles. En aquel lugar inhóspito murieron muchos hombres, especialmente por el hambre. Hubo motines que se castigaron con la pena de muerte, tanto en las expediciones españolas como en las holandesas e inglesas. Sin embargo, con las expediciones anteriores se aprendía y, con el tiempo, hubo viajes que no perdieron ni a un solo hombre.
La toponimia en la zona es interesante. Quien tocaba una isla le daba un nombre, pero si otro barco de otra potencia llegaba al mismo lugar, lo desbautizaba y lo nombraba de una forma que honraba, por ejemplo, a su propio rey. El estrecho de Magallanes era una zona de rivalidades entre diferentes imperios coloniales, pero allí no hubo ninguna batalla naval. Solo era un lugar de pasaje.
Según Louise Benat-Tachot, en aquella época, la zona era una tierra de incomunicación y “descomunicación”. La Corona Española usaba más bien el istmo de Panamá y el Río de la Plata para pasar, por vía terrestre, de un océano a otro. El estado de desprotección de la Patagonia Austral permitió que fuera usada por los rivales ingleses y holandeses. Aunque no consiguieron ocupar aquella región, los españoles la exploraron de manera cada vez más fina, para cartografiarla. No obstante, cabe notar un déficit de conocimientos etnográficos. En los mapas de aquella época, aparecen estereotipos, como un pingüino o un patagón con una flecha, dos veces más alto que un europeo. Todas las expediciones (incluso la del propio Magallanes) y tentativas de poblamiento fueron planeadas desde la metrópoli. El imperio colonial español era bastante centralizado, lo que le permitió resistir mejor al auge de los holandeses que los portugueses, que comerciaban cada vez más regional y localmente, sin muchos lazos con el rey establecido en Lisboa.

Para concluir, veamos cómo el ministerio francés de Educación resume y problematiza la cuestión del interés geoestratégico del estrecho de Magallanes en los siglos XVI y XVII:
Frecuentado desde la primera circunnavegación de la década de 1520, el estrecho de Magallanes ocupa un lugar singular en la Historia de la conquista de América y de la «primera globalización» (Serge Gruzinski, Les quatre parties du monde, 2004). Como «pasaje-mundo» (Mauricio Onetto Pávez, Historia de un pasaje-mundo, 2019), desempeña un papel fundamental en la construcción del imperio español entre Atlántico y Pacífico:
– Es la piedra angular de uno de los episodios clave en la carrera por las especias entre España y Portugal, entre el regreso a Sevilla de Sebastián Elcano en septiembre de 1522 y el Tratado de Zaragoza de 1529.
– Rápidamente, desde el final del siglo XVI, se encuentra en el corazón de las rivalidades con las otras potencias europeas, particularmente Inglaterra y las Provincias Unidas. En efecto, el control de esta vía de paso es crucial para proteger los puertos españoles ubicados a lo largo de la costa pacífica, y para garantizar la seguridad de los intercambios a través del océano Pacífico. Es objeto de varias tentativas de poblamiento y fortificación. Todas fracasan.
– La desafortunada experiencia de la navegación por los mares australes y de las dificultades encontradas para instalar el dominio español en aquella región del mundo fue esencial para encontrar vías alternativas con vistas a la expansión española, hacia las Filipinas – desde Nueva España – pero también hacia otros archipiélagos del Pacífico, como las Islas Salomón – desde el Perú.
– Los pasos sucesivos a lo largo de la Patagonia Atlántica, por el interior del Estrecho, frente a las costas del archipiélago del cabo de Hornos, por los canales y por los fiordos de la Patagonia Chilena, permitieron complementar y cartografiar aquel extremo sur a la vez codiciado y temido, aportando poco a poco un conocimiento cada vez más preciso. Iniciada con los datos observados sobre el terreno durante la expedición de Magallanes y Elcano, esa tarea colectiva fue enriquecida por todos los pasajes, fueran españoles, ingleses, franceses o neerlandeses.
Si se cambia la escala de análisis y se desciende desde la geopolítica mundial y los retos imperiales hacia una historia más local de la expansión española, se pueden considerar el Estrecho y el extremo sur del continente como un horizonte hacia el cual se proyectan las provincias más meridionales del virreinato del Perú. Desde el Río de la Plata, Tucumán y Chile, la voluntad de controlar los inmensos espacios terrestres y marítimos que se extienden hacia el austro fue constante a lo largo del período considerado y desembocó en un número importante de proyectos de conquista y de expediciones de reconocimiento. Eso lo explicaba la necesidad de prevenir cualquier alianza entre corsarios extranjeros e «indios rebeldes», de protegerse contra posibles incursiones de éstos, tanto en Chile como en el otro lado de la cordillera de los Andes y, por supuesto, de apropiarse de las inmensas riquezas atribuidas a los jefes de la misteriosa Ciudad de los Césares. Esta urbe mítica constituye un punto de convergencia particularmente notable, ya que se consideró que allí se habían instalado unos náufragos perdidos en el Estrecho en 1540, unos incas de Tucumán que habían huido de la derrota del Tawantinsuyu, pero también unos habitantes sobrevivientes de ciudades del sur de Chile, después del vencimiento de los españoles por las tropas reche-mapuche, en Curalaba, en 1598. Aquel lugar imaginario fue objeto de expediciones de búsqueda preparadas con muchos gastos desde Tucumán, Buenos Aires y varios puntos de Chile hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Unas expediciones implementadas por una gran diversidad de protagonistas: aventureros aislados, altos representantes de la Corona y misioneros jesuitas. Su ubicación fue objeto de muchos debates y de numerosísimas tentativas para situarla en el mapa de Sudamérica.
Por fin, la historia de las expediciones hacia el Estrecho de Magallanes también es la de un sinnúmero de encuentros e interacciones entre distintos agentes hispano-criollos y las sociedades autóctonas que vivían en el extremo sur del continente y la Tierra del Fuego. El estudio de las fuentes permite tomar mejor en cuenta esos contactos a la vez a través del prisma de las relaciones políticas y militares, mediante aquel de los intercambios culturales y, por fin, permite analizar las representaciones de los patagones y sus evoluciones, desde el primer relato de Pigafetta.
Esta cuestión se enmarca en una doble actualidad:
– una de ellas es coyuntural: constituye un equivalente de la cuestión de historia contemporánea que estuvo en el programa de las oposiciones: el Canal de Panamá, durante otro periodo, con retos algo distintos. Sin embargo, las recientes discusiones geopolíticas acerca de esa zona centroamericana demuestran que el tema de los estrechos, de los istmos y de los pasajes americanos merece ser ahondado y estudiado durante un tiempo largo.
– la proximidad de las celebraciones del quinto centenario de la primera circunnavegación de Magallanes y Elcano (2019-2022) renovó el interés de la comunidad científica con América Austral, así que se puso a nuestra disposición una muy buena bibliografía actualizada y un mejor acceso a las fuentes contemporáneas de la cronología propuesta. Un número importante de crónicas de los siglos XVI y XVII fue objeto de reediciones recientes, con comentarios críticos esmerados. Muchas otras ya están disponibles en línea. Numerosos estudios especializados sobre cada una de las temáticas que abarca esta cuestión se han publicado en los últimos años. Por fin, este asunto permite movilizar los debates planteados recientemente por las grandes tendencias historiográficas que son la Historia Global, las Historias Conectadas, la Historia Atlántica o la antropología histórica.
Fuente: Oposiciones externas de la agregación de la enseñanza secundaria – Sección idiomas extranjeros: español – Programa de la sesión 2026 © www.devenirenseignant.gouv.fr – Página 11 sobre 18 – 29 de abril de 2025
Redacción del artículo y traducción de la conclusión: Jean O’Creisren
Corrección y control de la calidad de la lengua: Nadia Micaela Segovia Baldi.

Fuentes del artículo
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Primera imagen por Daniela Sánchez, de Pixabay.
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